Sánchez Arquitectos y Asociados, 50 años de una historia que continúa escribiéndose

Han pasado 50 años desde que en 1973 un grupo de jóvenes Arquitectos impulsaron la conformación de un despacho. Desde entonces Luis Sánchez-Renero, Félix Sánchez Aguilar, Gustavo López Padilla y Fernando Mota Fernández han permanecido juntos bajo el sello de Sánchez Arquitectos y Asociados (SAYA).

Su nombre es reconocido entre el gremio que destaca de ellos no solo su larga trayectoria, sino una visión de trabajo única, su disposición al diálogo, su efectiva colaboración en la que cada uno ocupa un lugar en la maquinaria creativa que ha impulsado su trabajo.

La ciudad ha sido uno de sus grandes temas y su centro de operación desde el otrora Distrito Federal; en ella han desarrollado gran parte de sus proyectos: vivienda de interés social, escuelas, infraestructuras urbanas, museos, casas habitación… Pero su pasión por la Arquitectura se extiende más allá de su obra en concreto, su vocación les ha inspirado para explorar otras vertientes de manera individual como la escritura, la enseñanza y la crítica arquitectónica.

Trazar la historia de esta larga trayectoria conjunta es una labor colosal, es hablar de cinco décadas de trabajo y de transformación pues como equipo han sabido adaptarse a los cambios de la disciplina a lo largo de los años, y a los contextos históricos, políticos, económicos y ecológicos que han influido en su visión y en el ejercicio de su labor.

Con la llegada de los proyectos de vivienda de interés social, que entonces se convirtieron en la principal fuente de trabajo para muchos arquitectos en el país, se pone en el centro de la profesión a la Arquitectura como un servicio y a la vivienda como el modo de hacer ciudad. Desde sus inicios en SAYA se identifican con una Arquitectura comprometida socialmente,

Los inicios de un grupo

El primer acercamiento a la formación de un grupo, como ocurría en los años sesenta, se dio entre un grupo de estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, que habían compartido aula bajo la tutela de destacados arquitectos como Ricardo Flores, Álvaro Sánchez, Carlos Mijares, Enrique Ávila, Ramón Torres, Eugenio Perea, entre una larga lista. Inspirados por sus maestros, once alumnos –entre ellos Luis Sánchez-Renero, Félix Sánchez y Alberto Robledo– se sumaron al recién formado Integración, en el que colaboraron con otros compañeros de distintas disciplinas de la carrera.

Cuando Félix Sánchez compartió el entusiasmo de la iniciativa con el prestigioso Arquitecto Félix Sánchez Baylon, su padre, este no se mostró tan optimista y sentenció: «mejor llámenlo desintegración porque los egos de los arquitectos son muchos». La lección les serviría a los jóvenes arquitectos y unos años más tarde confirmarían que era posible lograrlo, «nosotros estamos aquí demostrando que sí se puede y eso es un orgullo para este grupo», recuerda el hijo.

Llegaron los años setenta, el movimiento estudiantil de 1968 había propiciado una nueva generación de jóvenes que cuestionaban las estructuras políticas, sociales, económica y culturales, que pugnaban por nuevas formas de participación y expresión. Mientras la nueva década invitaba a la sociedad a cambiar paradigmas, Luis, Félix y Alberto finalizaron sus estudios y decidieron permanecer juntos. Mientras que en el camino generacional Gustavo y Fernando aún debían concluir sus últimos años de estudio.

A la par de su sociedad, cada uno de ellos debían trabajar en otros despachos. «Yo trabajaba con Augusto H. Álvarez y en ese despacho conocí a Gustavo López, nos hicimos amigos y me di cuenta que también era un apasionado de la arquitectura, con grandes deseos y aspiraciones por la arquitectura, y un gran analista. Hablé con Félix y Alberto y lo invitamos al despacho», rememora Luis Sánchez-Renero.
Hasta ese momento los proyectos de vivienda para particulares habían sido la fuente principal de trabajo de los Arquitectos, en una etapa de influencia barraganista, de la que da cuenta la casa Tiro al Pichón (1971, CDMX), y mesiana-corbusiana. Pero 1972 traería cambios importantes en la escena de la arquitectura nacional.

Con Luis Echeverría Álvarez en la presidencia del país se inició una «apertura democrática» con la intención de distanciarse de su predecesor Gustavo Díaz Ordaz –aunque en la práctica continuó la violencia sistémica contra disidentes–, por lo que emprendió una serie de políticas públicas que incluyeron, entre otras acciones, el impulso a la vivienda que se materializó con la creación del Instituto Nacional de Vivienda para los Trabajadores (INFONAVIT) y el FOVISSSTE. Estos organismos abrieron oportunidades de participación para los despachos de jóvenes arquitectos, que enfocaron gran parte de su labor en proyectos de vivienda de interés social.

Con la llegada de proyectos más grandes se hizo necesario aumentar el equipo, fue entonces cuando se convocó a Fernando Mota, «Gustavo me invitó a trabajar primero en el despacho de Augusto Álvarez. Yo conocí ahí a Luis porque estábamos haciendo la delegación Benito Juárez, se acabó ese trabajo y de ahí me invitaron al despacho». Quedó conformada así la alineación que sigue manteniendo en pie a Sánchez Arquitectos y Asociados, «a tantos y tan fructíferos años», como señaló el maestro Humberto Ricalde.

La vocación de hacer ciudad

Con la llegada de los proyectos de vivienda de interés social, que entonces se convirtieron en la principal fuente de trabajo para muchos arquitectos en el país, se pone en el centro de la profesión a la Arquitectura como un servicio y a la vivienda como el modo de hacer ciudad. Desde sus inicios en SAYA se identifican con una Arquitectura comprometida socialmente, con esa misión iniciaron proyectos como El Rosario II (1973, CDMX), para el Infonavit; Integración Latinoamericana (1974, CDMX) para el Fovissste –en el que participaron otros arquitectos como el maestro Humberto Ricalde y Héctor Meza–; otro desarrollado en Campeche(1976) y en San Luis Potosí (1977), también para el Fovissste; el conjunto Centenario (1978, CDMX) y una de las dos primeras secciones del conjunto habitacional Fuentes Brotantes (1982), ambas para Banobras; el conjunto Santa María Chiconautla (EDOMEX, 1982) para CRESEM.

En esta década aumentó aún más la consciencia al interior del grupo de SAYA de pensar en el modo de vida de la gente. Por ejemplo, los Arquitectos aún recuerdan el orgullo que los habitantes de la Unidad Integración Latinoamericana sentían de habitar en esos edificios de barandales llenos de color, el sentido de identidad que las viviendas representaban para esos grupos que finalmente podían acceder a ellas. El objetivo, entonces, no era solo edificar, sino convertir los espacios en lugares para habitar e interactuar, por lo que priorizaban, casi por igual, los espacios públicos (plazas y jardines) y habitacionales. «Se experimentó, además, con criterios de diversidad y unidad en la variedad, al incorporar distintas tipologías de vivienda dentro de cada conjunto, haciendo convivir diferentes grupos sociales. Hicimos planteamientos novedosos de cómo debían ser los conjuntos de vivienda con una gran calidad habitable», señala Gustavo López, que ha desarrollado ampliamente reflexiones sobre la Arquitectura en México y sobre su propia labor como despacho.

En ese periodo sus proyectos se distinguieron también por su estilo modernista, en el que dialogaban el pasado y presente, la claridad conceptual y compositiva, la racionalidad constructiva y las formas geométricas simples; siempre pensando en la dignidad del espacio aplicada a la construcción masiva de viviendas multifamiliares.

Mientras la tendencia en la zona de las colonias Roma y Condesa fue migrar, luego de los estragos del terremoto, al interior del despacho se alimentó la visión, y determinación, de permanecer e invertir en la redensificación de esa área del centro de la ciudad.

Reconstruir para rehabitar

Desde finales de la década de los setenta se vivió en la arquitectura mexicana una ruptura con el modernismo y el creciente desarrollo del pensamiento posmodernista, que se acentuó en la década siguiente. Los edificios como obra cumbre dejan de ser el objetivo central para repensar en la integración de los proyectos a la ciudad. A inicios de los años ochenta ese pensamiento comenzó a materializarse en México y aparecen los primeros indicios de la arquitectura posmoderna.

En medio de una crisis política y económica, bajo la presidencia de Miguel de la Madrid, un evento sacude el pensamiento, la solidaridad y la construcción misma de la capital del país: el terremoto de 1985, que dejó a su paso una ciudad devastada y evidenció las grandes desigualdades urbanas que iban desde las condiciones estructurales de las viviendas y el hacinamiento, hasta las violaciones a las condiciones de seguridad laboral.

En el momento más álgido de la urgencia la inacción del gobierno quedó en la memoria de los mexicanos, quienes en respuesta salieron a las calles para auxiliar a sus pares. Meses más tarde inició un programa urgente de reconstrucción. Si bien sexenio tras sexenio había un cambio en las políticas y programas públicos, incluidos los proyectos de construcción, para ese año el reto no tenía precedente alguno. Los despachos más consolidados, como era el caso de SAYA, fueron convocados para participar en el Programa de Renovación Habitacional. «Ahí prácticamente se trabajaba en campo, mucho del despacho casi se movió al Centro Histórico», recuerda Luis Sánchez-Renero, ante la emergencia de reconstruir y ofrecer soluciones para la construcción de nuevas viviendas que consideraran la propensión sísmica de la zona. «Algunos conjuntos como la Casa Blanca (reconocido por haber sido motivo de la novela Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis), ubicado en Av. del Taller y Jarciería 157, en la colonia Morelos, y el ubicado en Paseo de la Reforma 17 fueron representativos de la experiencia de SAYA en este sentido, renovando el compromiso de entender la arquitectura como un compromiso social, de la mano de un racionalismo».

Mientras la tendencia en la zona de las colonias Roma y Condesa fue migrar, luego de los estragos del terremoto, al interior del despacho se alimentó la visión, y determinación, de permanecer e invertir en la redensificación de esa área del centro de la ciudad. En 1985 diseñaron y edificaron tres casas townhouses en la calle de Ámsterdam 120. Para 1986 reutilizaron una construcción porfiriana que databa de 1905, ubicada en la calle de Flora No.16, en la que construyeron las nuevas oficinas del despacho, sumándose así al manifiesto «Vámonos a la Roma». El espacio, en el que primó la conservación de la fachada antigua que albergaba adaptaciones e intervenciones contemporáneas y luminosas, se convirtió en punto de reunión y encuentro entre diversas generaciones de arquitectos.

Estos espacios fueron para generaciones más jóvenes de Arquitectos un complemento a su formación, la oportunidad de escuchar a grandes maestros como Mario Pani, Umberto Ricalde y Carlos Lobo, entre otros, y la posibilidad de crear redes profesionales.

Los alegres años 90

La inquietud por abrir espacios de diálogo surgió desde los años 70, cuando el único espacio de reflexión era la Revista Arquitectura México, editada por el destacado Arquitecto Mario Pani. Desde el despacho de SAYA se organizaban algunas reuniones ocasionales para propiciar el encuentro de Arquitectos y la conversación desde distintas perspectivas. Este ejercicio comenzó a sistematizarse en los años noventa, con sede en las oficinas de Flora 16, que despertaban admiración entre los visitantes, las reuniones se volvieron semanales. Cada viernes, luego del horario de trabajo, un grupo de distintas generaciones se daban cita para hablar de Arquitectura y de otros temas, en un ambiente de camaradería: «éramos muy amigos de todos los arquitectos que iban surgiendo o que traían algo propositivo y nuevo, era fácil invitarlos. No nada más de arquitectos, de chefs, diseñadores, poetas, porque sentimos que la arquitectura abarca todo. No había medios, pero sí la necesidad de estos diálogos», señala Sánchez-Renero.

Estos espacios fueron para generaciones más jóvenes de Arquitectos un complemento a su formación, la oportunidad de escuchar a grandes maestros como Mario Pani, Umberto Ricalde y Carlos Lobo, entre otros, y la posibilidad de crear redes profesionales. Otro de los elementos que distinguió a SAYA de otros despachos fue la apertura a la colaboración y la visión de equipo. En este despacho iniciaron sus carreras importantes arquitectos como Isaac Broid, Roberto García, Agustín Landa, José Luis Pérez, Alejandro Rivadeneira, Arturo Vázquez y Adela Rangel, entre otros. «Muchos equipos de arquitectos brillantes han salido de este despacho, aprendieron aquí y superaron a este despacho, lo cual habla muy bien de la evolución de nuestra profesión y de esta comunicación entre pares», añade Félix Sánchez.

En esta década el grupo SAYA sigue demostrando su capacidad para manejar una variedad de tipologías arquitectónicas como la Escuela de Posgrado Santa Teresa del ITAM (1991, CDMX)), la Estación de Transferencia y Paradero Zaragoza (1991, CDMX), la Casa Estudio Cocó (1992, CDMX), el taller de proyectos Flora 20 (1992, CDMX), el taller de Chihuahua 97 (1998, CDMX) y el Archivo Histórico de la Ciudad de Tlaxcala (1998). Aunque su vasto currículo abarca obras públicas como mercados, escuelas, terminales de autobuses, oficinas públicas, viviendas de interés social, hasta hoteles, oficinas ejecutivas, casas habitación, entre una larga lista de etcéteras; y se extiende más allá de México, con presencia en países como España, Francia (3 proyectos), Israel (2 proyectos) y China (Ganando dos concursos).

«Ingenierías para la UNAM es para nosotros un orgullo y un privilegio. Al ser todos universitarios el hacer un proyecto casi en el corazón del campo Ciudad Universitaria fue una oportunidad extraordinaria.

Regreso a la Ciudad Universitaria

La llegada del nuevo milenio abrió la oportunidad para Sánchez Arquitectos y Asociados de regresar a la Universidad Nacional Autónoma de México, su alma mather, esta vez como profesionales a cargo de desarrollar un nuevo edificio en la Unidad del Posgrado de Ingeniería. El proyecto, construido en 2002, representó un reto, en medio de debates. «Ingenierías para la UNAM es para nosotros un orgullo y un privilegio. Al ser todos universitarios el hacer un proyecto casi en el corazón del campo Ciudad Universitaria fue una oportunidad extraordinaria. Nuevamente aquí la idea fue un trabajo de equipo, en el que cada uno de los que participamos sumó su entusiasmo, su voluntad, su talento y ahí está el edificio. En un principio fue muy polémico, hubo incluso quien planteó que lo demoliéramos. Y hoy creo que, sin duda, ni ánimo protagonista, es una de las mejores obras de arquitectura mexicana contemporánea en el corazón de la Ciudad Universitaria», señala Gustavo López Padilla cuando rememora el proyecto que les llegó tres décadas después de haber egresado de la UNAM; pero en la que él se ha mantenido como docente en la Facultad de Arquitectura desde hace más de 50 años.

Otros de los edificios por la educación construidos por SAYA han sido los de la Escuela Bancaria, tanto en las sedes de Dinamarca y Liverpool en la Ciudad de México (2003); Tlalnepantla y Toluca (Estado de México, 2004 y 2006 respectivamente); Querétaro (2008); y León (Guanajuato, 2011). Forma parte de este grupo también la llamada Escala Naútica (Baja California, 2006). En cada una de ellas el objetivo siempre ha sido la integración de los proyectos a la vida de barrio; así como respetar la arquitectura tradicional, en el caso de las obras que se ubican en ciudades con una arquitectura representativa como lo son Mérida, Querétaro o San Miguel de Allende.

La consciencia del entorno ha sido una constante en la visualización y realización de las obras del despacho; una en la que resulta más evidente es el Museo de las Culturas Nómadas ALA’ER (Xinjiang, China, 2006). Ubicado entre grandes montañas y el desierto, para esta estructura se propuso un uso que se protege al estar enterrado bajo un suelo plano, sin vegetación, airoso y frío. Su quinta fachada, cuyos grandes lucernarios permiten la entrada de luz, evoca a los picos montañosos de los Himalaya que se observan a la distancia.
Entre las experiencias más recientes destacan el conjunto Rincón de Santa María (San Miguel Allende, Guanajuato, 2010); el Conjunto Senderos (2013); el Conjunto Habitacional Sara, desarrollado para el INVI (Ciudad de México, 2011). En las últimas experiencias se han incrementado el ineteres por la preocupaciones de carácter ambiental, la utilización de materiales reciclables, la experimentación con mayores transparencias, desviajes, planos inclinados y algunas formas de mesurada complejidad, con la idea de direccionar recorridos y enriquecer las vivencias de los espacios.

El recorrido por la historia del despacho, que no se entiende sin su propuesta arquitectónica, sin su observación y análisis de los contextos sociales y el entorno, y por su permanencia como grupo, no puede resumirse en unas cuantas páginas; pero, quizás, las palabras de aquéllos que hicieron de la Arquitectura no solo una práctica, sino una escuela, como el caso del Maestro Umberto Ricalde, permitan comprender mejor el aporte de SAYA:

«Estas múltiples vertientes de la vértebra actividad en el oficio: sea en la planificación, la obra pública, la vivienda social, los edificios inversión privada o la casa íntima, citadina o campirana; nos hablan de un grupo que, con su actividad proyectual, fruto de aquella formación basada en la constante recolección del oficio, ha estado en todos estos años al servicio de la amplia comunidad social de México.»

A cincuenta años de la conformación de este despacho, su ímpetu y pasión por la arquitectura les hace continuar en esta labor conjunta, en esta vocación por el espacio, en una historia que continúa escribiéndose.