El primer acercamiento a la formación de un grupo, como ocurría en los años sesenta, se dio entre un grupo de estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, que habían compartido aula bajo la tutela de destacados arquitectos como Ricardo Flores, Álvaro Sánchez, Carlos Mijares, Enrique Ávila, Ramón Torres, Eugenio Perea, entre una larga lista. Inspirados por sus maestros, once alumnos –entre ellos Luis Sánchez-Renero, Félix Sánchez y Alberto Robledo– se sumaron al recién formado Integración, en el que colaboraron con otros compañeros de distintas disciplinas de la carrera.
Cuando Félix Sánchez compartió el entusiasmo de la iniciativa con el prestigioso Arquitecto Félix Sánchez Baylon, su padre, este no se mostró tan optimista y sentenció: «mejor llámenlo desintegración porque los egos de los arquitectos son muchos». La lección les serviría a los jóvenes arquitectos y unos años más tarde confirmarían que era posible lograrlo, «nosotros estamos aquí demostrando que sí se puede y eso es un orgullo para este grupo», recuerda el hijo.
Llegaron los años setenta, el movimiento estudiantil de 1968 había propiciado una nueva generación de jóvenes que cuestionaban las estructuras políticas, sociales, económica y culturales, que pugnaban por nuevas formas de participación y expresión. Mientras la nueva década invitaba a la sociedad a cambiar paradigmas, Luis, Félix y Alberto finalizaron sus estudios y decidieron permanecer juntos. Mientras que en el camino generacional Gustavo y Fernando aún debían concluir sus últimos años de estudio.
A la par de su sociedad, cada uno de ellos debían trabajar en otros despachos. «Yo trabajaba con Augusto H. Álvarez y en ese despacho conocí a Gustavo López, nos hicimos amigos y me di cuenta que también era un apasionado de la arquitectura, con grandes deseos y aspiraciones por la arquitectura, y un gran analista. Hablé con Félix y Alberto y lo invitamos al despacho», rememora Luis Sánchez-Renero.
Hasta ese momento los proyectos de vivienda para particulares habían sido la fuente principal de trabajo de los Arquitectos, en una etapa de influencia barraganista, de la que da cuenta la casa Tiro al Pichón (1971, CDMX), y mesiana-corbusiana. Pero 1972 traería cambios importantes en la escena de la arquitectura nacional.
Con Luis Echeverría Álvarez en la presidencia del país se inició una «apertura democrática» con la intención de distanciarse de su predecesor Gustavo Díaz Ordaz –aunque en la práctica continuó la violencia sistémica contra disidentes–, por lo que emprendió una serie de políticas públicas que incluyeron, entre otras acciones, el impulso a la vivienda que se materializó con la creación del Instituto Nacional de Vivienda para los Trabajadores (INFONAVIT) y el FOVISSSTE. Estos organismos abrieron oportunidades de participación para los despachos de jóvenes arquitectos, que enfocaron gran parte de su labor en proyectos de vivienda de interés social.
Con la llegada de proyectos más grandes se hizo necesario aumentar el equipo, fue entonces cuando se convocó a Fernando Mota, «Gustavo me invitó a trabajar primero en el despacho de Augusto Álvarez. Yo conocí ahí a Luis porque estábamos haciendo la delegación Benito Juárez, se acabó ese trabajo y de ahí me invitaron al despacho». Quedó conformada así la alineación que sigue manteniendo en pie a Sánchez Arquitectos y Asociados, «a tantos y tan fructíferos años», como señaló el maestro Humberto Ricalde.